Tras la generación del 98
Saransk (Rusia), 22 jun .- El golpe de autoridad inesperado propinado en el estadio de Nizhny Novgorod ha dejado en ruinas a Argentina, con un futuro mundialista pendiendo de un hilo y sin capacidad de decisión sobre su propio destino.
El batacazo fue tal que ha disimulado los méritos de su adversario, Croacia. La repercusión que genera Leo Messi, para bien o para mal, los antecedentes y el influjo de la Albiceleste en el torneo arrastran consigo cualquier otra situación.
Argentina es un gigante con el deber de ganar a cualquiera. Siempre lo fue y ahora más aún con la ascendencia del mejor jugador del mundo. Plagado de primeras espadas en varios de los equipos con más reputación del fútbol internacional, el valor que se le supone debe ser mayor que la permanente presión que le somete un pueblo exigente y refugiado en este deporte.
Más allá de las expectativas no cumplidas hasta el momento, la selección argentina no perdió contra un cualquiera. Croacia no es un asunto menor.
Ataviada de la competitividad innata del deporte balcánico suele irradiar amor propio por todos sus costados. Y más aún si cuenta con el talento y el intelecto sobre el campo de la prole que ha logrado aunar Zlatko Dalic en torno a un futbolista de nivel mundial que en Rusia 2018 se ha destapado, Luka Modric.
El centrocampista del Real Madrid es la avanzadilla de un grupo obcecado en apurar su madurez y en posponer su ocaso. La experiencia está de su lado. Cuenta con tropiezos, decepciones y tránsitos a medio camino por grandes torneos del pasado. Pero contemplan la estancia en Rusia 2018 como un momento único. Como la gran oportunidad de merecer la repercusión de aquella histórica generación de 1998.
En la memoria de todo croata, y también en la de cualquier nostálgico con cierta retentiva, la selección croata que alcanzó el tercer lugar en el Mundial de Francia de aquél año fue una sensación inesperada, digna de recordar.
Croacia irrumpió entonces en la competición con la unánime simpatía del aficionado. Con el apego habitual que capacita a cualquier equipo pequeño, a un país de reciente creación, sin currículum alguno en ese tipo de torneos.
Dirigidos por Miroslav Blazevic, hombres, entre otros, como Igor Stimac, Slaven Bilic, Robert Prosinecki, Zvonimir Boban, Mario Stanic, Robert Jarni, Goran Vlaovic y, sobre todo, Davor Suker hicieron historia contra pronóstico y se hicieron un hueco entre las potencias mayores del fútbol tradicional.
La selección croata de entonces es el espejo en el que se mira la camada actual. No es inferior en talento el combinado balcánico que en Rusia vuelve a ilusionarse.
Modric y compañía ven en el Mundial su momento definitivo. Capaces de aguar la fiesta a cualquiera y superar al mejor rival, su puesta en escena en los eventos mayores se quedó casi siempre al final en actuaciones irrelevantes estancadas a mitad del camino.
Croacia dio un gatillazo en Brasil 2014, donde no superó la primera ronda a pesar del buen aspecto que ofreció ante el anfitrión y su triunfo frente a Camerún antes de caer contra México. Dos años después, en la Eurocopa, fue capaz de arrebatar el primer puesto del grupo a España, a la que sacó los colores y venció. Pero no superó los octavos.
Con Dalic como inspirador Croacia no ha dejado de expandir sus sensaciones. Por obligación superó a Nigeria y sin complejos sonrojó a Argentina para sellar su clasificación entre los dieciséis mejores del torneo.
Modric, escoltado por Ivan Rakitic, flanqueado por Sime Vrsaljko, auxiliado por Ivan Perisic, protegido por Mario Mandzukic componen una armada empeñada en recuperar la estela de aquella mágica e histórica generación del 98.
