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Tom Dumoulin se impone a la escasez
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Tom Dumoulin se impone a la escasez

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Daniel Moya

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Su nombre aparecía en las quinielas, pero sólo las más optimistas le veían capaz de ganar un Giro de Italia en el que tenía por delante a nombres como Nairo Quintana, VincenzoNibali o Adam Yates. Su nombre estaba en la ristra, sí, pero para estar en las posiciones de élite, las honrosas, y no para besar una espiral dorada vestido de rosa en Milán. Tom Dumoulin (Maastricht, 1990) se alzó con la victoria en un Giro de Italia donde la escasez marcó sus páginas. Escasez de fuerzas, escasez de ambición. No hay ninguna ronda italiana que haya acabado tan apretada, pero el suspense no equivale a brillantez.

Había terreno, bastante terreno para ofrecer un gran espectáculo, pero el Girodel centenario decepcionó. Gaviria fue el rey de los sprinters con cuatro etapas en su debut en una gran vuelta, un registro absoluto que le dispara al igual que sus misiles como uno de los velocistas a dominar las grandes. No irá al Tour, quizás a la Vuelta para preparar el Campeonato del Mundo, el otro gran objetivo de la temporada. Tendrá que confirmar su poderío en años futuros.
Pero además de Gaviria, otro nombre sobresalió de la primera semana: su compañero Bob Jungels. El luxemburgués, que le hizo un trabajo descomunal en la tercera etapa para que la ganase, se vistió de líder y portó la maglia rosa durante cinco días. El joven ciclista, al que alguna quiniela le colocaba entre los contendientes al título final, trabajó mucho para su equipo y demostró sus dotes de gran rodador. Un desgaste que, obviamente, le pasó factura. El Quick-Step deberá replantearse las estrategias con él si quiere que opte a las generales y cree en ello. Deberá enfocar el equipo a él o que sus sprinters se busquen la vida por su cuenta. Parece complicado en una escuadra enfocada, principalmente, a las carreras de un día. Acabó, por otro lado, vestido de blanco como el mejor joven de la corsa rosa.
Quintana golpea primero, pero Dumoulin le contesta
Tras la decepción de la subida al Etna los favoritos se citaban en el Blockhaus, un puerto al que no le sobra ninguna letra. Hubo ciclismo, espectáculo y dureza. Y un día de descanso al día siguiente. Nairo Quintana decidió dar la primera estacada. Mostró valentía, ambición y se fue. Se fue para arriba y dejó a Nibali y Pinot, los primeros en seguirle, por el camino. Al italiano del Bahrain-Merida el Blockhaus se le hizo eterno y evidenció que está a años luz de su mejor versión, pese a que ganara el Giro de Italia de 2016 sobre la bocina. La bici del tiburón deja de ser tan temible sobre el asfalto. Y allí, en la superioridad de Quintana, el que emergió fue el nombre que aparecía como uno de aquellos que irían cediendo paulatinamente según los favoritos pusieran un punto más, según las bicis fueran ganando metros en altitud. Tom Dumoulin apenas perdió 24” y ya tenía el liderato entre ceja y ceja.
Por el camino, de bruces contra una moto de la seguridad del Giro estacionada de manera inoportuna, se quedaron Geraint Thomas y Mikel Landa. El Sky, que había llevado a dos jefes de fila, se quedaba de golpe y porrazo sin ninguno de ellos. Tal cual. Thomas abandonó unos días más tarde, Landa cambió el chip para ofrecer gloria bendita en las etapas siguientes.

Descansado el segundo día de parón, una contrarreloj de casi 40 km ponía a prueba al pelotón. Escarpada, no exactamente para especialistas, pero allí se forjó ya el gran nombre del Giro. Tom Dumoulin repartió a diestro y siniestro tiempo a todos sus rivales. Pulverizó, arrasó, convenció, deslumbró, se pareció… a un tal Miguel Induráin. Le metió más de 2’ a sus grandes rivales y puso la clasificación general patas arriba, con una ventaja que impuso suficiente cautela como para pensar que tanta montaña era suficiente para destronarle. Pero quedaba montaña. Muchísima.
Y en el primer encuentro con ella, cuatro días más tarde en el santuario de Oropa, Dumoulin reventó las expectativas. Quintana volvió a probarlo. De nuevo Nibali hizo por seguirle, Pinot se recuperó de un mal inicio, y Zakarin mostró buenas piernas y valentía. El líder sufría. El líder ganó en Oropa. Así, sin más, sin nexo entre oración y oración. El holandés del Sunwebno se puso nervioso en absoluto. Mostró una cautela, un control de la situación que volvió a recordar… a Miguel Induráin. Fue a más, sentado sobre el sillín, para poner una locomotora que acabó por alcanzar a los gallos. Quintana arrancaba cuando se acercaba su rival, pero no le hacía más hueco que unos metros. Y en el tramo final Dumoulin le puso la puntilla. Atacó desbocado, como un dios que no conoce debilidad, con una confianza soberbia en sus posibilidades para vencerles a todos en línea de meta y cuajar su segunda exhibición del Giro. Ciclismo bárbaro, vellos de punta y un sentir generalizado de apoyo al héroe. ¿Quién no podía querer que Tom, la mariposa de Maastricht, no ganara el Giro del centenario?
El retortijón como analgésico a la ausencia de ambición
Tras el último día de descanso llegaba la madre de las etapas: 227 km camino de Bormio con el Mortirolo, el Stelvio y el Gioco de Santa María por el camino. Para temblar, como tiembla la orografía con esas herraduras míticas en la historia del ciclismo. Con tal presentación, lo más destacado fue que la maglia rosa tuvo que pararse antes del último puerto para abrirse camino entre el pasto y desfogar sus necesidades fisiológicas. Vamos, se hizo caca. Así, tal cual. A Dumoulin le salió la tensión, el frío y tanto en juego por uno de los caminos viejos. Se encontró, de repente, con una desventaja de dos minutos por recortar y solo, con su equipo ya descolgado. Ni por esas Quintana y Nibali (que ganó la etapa reina, eso sí, como único triunfo italiano en todo el Giro) atacaron hasta el final del puerto para terminar de eliminarle. Dumoulin les sacaba tres minutos en la general. ¿Faltó fuerza o ambición? Atacar, atacaron, pero tarde. Ni el tiburón fue tan agresivo como en otros tiempos fue, ni Quintana dio por bueno el espejismo de su ciclismo ofensivo de jornadas anteriores. Volvió su peor versión, la conservadora.
A pesar de que Dumoulin se acercó a un minuto, la fatiga le superó. Dio otra exhibición formidable por delante. De orgullo, de fortaleza, de ciclismo. Pero aquel dios desbocado de Montefalco y Oropa tenía límites. Era mortal, aunque fuera un retortijón el que lo puso sobre aviso. Una humanización que le hizo aún más querido para ganar el Giro. Mantuvo la maglia rosa por menos de un minuto y pasó la fecha del calendario con la que todo el mundo contaba para destronarle.
En Ortisei el esperpento fue definitivo, pese a que parecía que, finalmente, se destaparía el tarro de las esencias. Nairo Quintana atacó a 53 km de meta, en el penúltimo puerto, y Dumoulin se arriesgó no saliendo al ataque. Una apuesta que podía haber acabado en decisión fatal, otro error estratégico como el que le quito la Vuelta a España en 2015. Nibali se animó también y aquello parecía visto para la sentencia. La situación pintaba peliaguda, pero ni el colombiano ni el italiano tuvieron las piernas que tuvo Dumoulin, que de nuevo, sentado sobre el sillín, como Induráin, encendió las piernas y conectó con ellos antes de coronar. Salvó la papeleta. Papeleta que se vio en el último puerto, el de Ortisei. Los secundarios atacaron (Pinot, Zakarin, Pozzovivo, los más valientes en la parte final de la ronda italiana) y quisieron acechar al podio de Quintana y Nibali. Estos le dejaron la tostada a un líder al que ni le iba ni le venía. Ciclistas descolgados les rebasaron mientras holandés, colombiano e italiano se miraban. Perdieron un minuto en meta.

Y el peor día llegó para Dumoulin. El día malo de toda gran vuelta. Fue en la penúltima etapa, la de Piancavallo, en la que, ahora sí, un error estratégico le hizo estar 50 km corriendo detrás de sus perseguidores. El holandés se durmió en el descenso, de cháchara, y se cortó. Una paliza que en la subida final le hizo perder más de un minuto. Nairo Quintana se colocaba líder y tenía una última etapa de montaña para abrir diferencias. Y Pinot, por el retrovisor, llamaba a tener sus opciones. El galo venía fuerte. También Zakarin y Pozzovivo, que demostraron valentía y agallas desde unas opciones más remotas. Sufrió de lo lindo Dumoulin, pero volvió a recitar magistralmente su calma, el control de la situación y con la ayuda de ciclistas con otros intereses minimizó su pérdida. Conclusión: menos de un minuto por recortar en la crono. El Giro se acercaba a la última etapa, tradicionalmente de transición hasta Milán, con una crono centenaria para postular el ganador final. Los seis primeros, en minuto y medio. Entre tanto conservadurismo, el final que jamás se soñó.
Pero en la crono el guión improvisado no se sacó ninguna rima imprevista, enrevesada como esta frase. Dumoulin recuperó su trono, sin estar al 100%, con una crono en la que fue superior a todos sus rivales. Nairo Quintana y VincenzoNibali claudicaron ante la nueva estrella emergente. El colombiano deberá reflexionar sobre su forma de correr, el transalpino deberá reencontrarse con aquel tiburón temible. Los dos grandes favoritos escoltaron a la mariposa de Maastricht, que voló y escaló a partes iguales. Un Giro del centenario para un corredor, quien sabe, presto y dispuesto a dominar las próximas grandes vueltas. Retos que abordará la próxima temporada.
Con vistas al ombligo, los españoles realizaron un centenario de notable alto. Faltó la lucha por la general, pero la caída de Landa le hubo de reconvertir en un caza etapas. Y la cazó, aunque le costó varios intentos. Lo hizo, finalmente, en Piancavallo, tras quedar segundo en dos ocasiones. Y se llevó la maglia azzurra de mejor escalador para casa. Un espectáculo excelente que el mismo Chris Froome valora para cambiar de planes y llevarle al Tour de Francia en vez de a la Vuelta. Omar Fraile, rumbo a Bagno di Romana se hizo con un triunfo espectacular: dos veces escapado, victoria al sprint en un grupo reducido donde se midió a corredores de gran talla, como el ex campeón del mundo Rui Costa, al que le miró de tú a tú, ojo frente a ojo, le enseñó su propio juego y le batió en meta. Soberbio para un corredor que se consagra. Y Gorka Izaguirre pone el tercero en el contador (aunque fue la primera de las victorias) en Peschici. Los españoles estuvieron a la altura de todo un centenario.

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