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El tenis tiene un problema con la agresividad: no es grande, pero hace daño

El tenis tiene un problema con la agresividad: no es grande, pero hace daño

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Un jugador destroza una raqueta contra la silla del juez. Le expulsan del partido y, presumiblemente, tendrá una sanción económica. Le ha pasado a Mikael Ymer en el Torneo ATP de Lyon. Como no es la primera vez ni será la última, nos preguntamos si los máximos responsables del tenis tienen algún plan más allá de la multa o si van a dar por bueno normalizar la agresividad de ciertos jugadores.

Agresividad en el tenis: Kyrgios lanza la raqueta contra el suelo en el partido frente a Rafa Nadal.
Agresividad en el tenis: Kyrgios lanza la raqueta contra el suelo en el partido frente a Rafa Nadal.

Pensemos por un momento que un futbolista arranca a un linier de las manos el banderín y lo destroza a golpes. O le quita al árbitro la tarjeta y la hace trizas sobre el césped ¿Puede alguien imaginar que, además de la expulsión, ese gesto de violencia contra el juez del partido no acarrearía una sanción de varios partidos sin jugar? En el tenis, hemos tenido que esperar a un acto muy grave de violencia –insistimos, destrozar la raqueta contra la silla del juez mientras él permanece sentado–, para ver la expulsión del jugador del partido. Le ha pasado a Ymer en Lyon. Le pasó ya a Zvedev en Acapulco en febrero de 2022. Ante un caso así, no cabe otra medida que la expulsión, pero, ¿y qué hacemos con todo lo demás? Los insultos, las agresiones verbales, las provocaciones al público o los golpes de la raqueta contra el suelo o el banquillo. No es un caso aislado y el listón para la expulsión está demasiado alto.

Siempre ha sido el tenis un deporte tolerante con la vehemencia en las quejas. Míticas son las discusiones de John McEnroe con el juez de silla en los 80. En la actualidad, hay una serie de nombres que ya están asociados a la ira, el insulto o, a menudo, los golpes a la raqueta contra el suelo, la silla o el banquillo. Medvedev, no hace ni un año, llamó estúpido al juez de silla en la semifinal de Australia. Delante de las cámaras y en un volumen perfectamente audible por todos los que estaban en la pista. ¿La sanción? 11.000 euros. No fue expulsado del partido. Este mismo año, en París, destrozó a golpes su raqueta por un enfado con la jueza de silla. Imaginemos una semifinal de Europa League o de Champions. Imaginemos a un futbolista gritando varias veces y a la cara del árbitro, “eres un estúpido”. No hay que imaginar más. Sería roja directa.

¿Por qué es el tenis tan tolerante con la agersividad de los jugadores?

¿El motivo de esta permisividad? No es fácil determinar. Un podría pensar que hay una mezcla entre tradición tolerante y empatía con la tensión de un deporte donde cada punto exige una concentración extraordinaria. Pero hay un factor, a opinión de quien suscribe, que podría entrar en juego. Expulsar a un tenista en una semifinal de un Grand Slam mediado el segundo set deja a miles de espectadores –a los de la pista y a los del sofá- sin partido. En el fútbol, expulsar a un jugador no implica demasiado, quedan diez y el show continúa. En tenis, se termina el partido. Ok, reservemos la expulsión para los casos muy graves como el de Ymer. Pero, ¿qué pasa después del encuentro? La sanción económica se antoja escasa para deportistas cuyos ingresos multiplican por cientos el valor de las multas. Medvedev lleva ganado en 2023 la friolera de 4,4 millones de euros. Una multa de 11.000 por desahogarse insultando al árbitro ni la nota en su cuenta bancaria. ¿Qué pasaría si la ATP sancionara a Medvedev con tres meses sin jugar? Ahí sí hablaríamos de cantidades importantes de dinero que el ruso dejaría de ingresar. Y Medvedev no es el único. Kyrgyos, Zvedev o el mismo Djokovic han protagonizado episodios de violencia. Incluso Nadal, que ha sido un ejemplo de temple en toda su carrera, llegó a decirle a un árbitro, “voy a pedir que no me arbitres más”. ¿Es así como funciona el tenis? ¿Un jugador elige a los jueces, hace y deshace sobre quién arbitra y quién no? Seguramente no, pero la imagen que da como deporte permitir esos exabruptos es nefasta. El tenis tiene un problema de agresividad y la única manera de solucionarlo es apartar al agresivo, al que insulta, de las pistas.

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