Un zoológico llamado Betis

Bien entendido el símil, el Real Betis es como un zoológico. Un enclave cuyo espectáculo esconde tras sus murallas bien merece pagar una entrada para verlo. Maltratados en no pocas ocasiones, vilipendiado y acosado en muchas otras pero por más que intenten amordazarlo, detrás aguarda una fiera cuyo rugido es capaz de espantar a cualquier ser humano. Y con la unión de cualquier manada, en el Reale Arena esta jauría desplegó todas sus virtudes. Un animal competitivo, ambicioso, exigente.

Nada más llegar al estadio atestiguó su particular picotazo. Entre pitos, silbidos e insultos pero dando el primer golpe al mentón de su rival. Con la agilidad de un canguro, golpeando las lunas del autobús y asestando el primer croché. Pero los obstáculos son como los animales salvajes. Si ven que les tienes miedo, es probable que salten sobre ti. Así lo hizo. Si titubeas, lo pagas. Si reblas, terminas cayendo. Ni siquiera el peor de los infiernos era capaz de domar al Betis, mordiendo arriba como el más temido sabueso, arañando como un tigre de bengala, rugiendo como el rey de la selva.

Y es que este Betis es capaz de sodomizar y asfixiar hasta la muerte a cualquier rival, con el veneno propio de una serpiente o la árida mortalidad de un escorpión. Se mueve como pez en el agua entre las dificultades, siendo capaz de desafiar a los obstáculos y nadar a contracorriente. Contra todo, contra todos. Avalados por la meritocracia. El que más corre, más juega. El que más pelea, más juega.

Por eso el animal jamás discute la vida. La ama, la pelea y la disfruta. Y es que esto del fútbol se trata de complacer a la gente. A su gente. La que tanto ha sufrido para volver a ser feliz. La que nunca abandonó a los suyos. Por eso el Betis, tarde o temprano, termina devolviendo tanto cariño. Acelera como una liebre o se disfraza de tortuga, pero siempre cumple su cometido. Siempre llega hasta el final. Con la dulzura de un delfín y la elegancia de un cisne, melódico como un jilguero, desplegando sus alas para alcanzar grandes cimas. Un pájaro que por fin vuela libre, sin ataduras.

Y es que quizás uno tenga grandes amigos, pero perro solo tiene uno. Como el Betis. Único e incomparable. Fiel. Para toda la vida. Bendito y maldito a partes iguales. Un Betis con símiles taurinos, recordando aquel lazo invisible que le unía a Curro Romero. Con un duende mágico, sin términos medios entre la salida a hombros o el tirarse al callejón. Con el temple y el arte de un corcel, a paso lento pero firme. El animal al que querían domar, amordazar y hasta silenciar, pero que por fin ha encontrado la libertad. Desatado, con ganas de echar a correr, de pelear y de soñar, por qué no. Animales fantásticos...