El Málaga afina la música de la Champions

Daniel Marín. ENVIADO ESPECIAL A BRUSELAS IIINo hay montaña lo suficientemente alta ni valle lo suficientemente bajo. El Málaga está haciendo bueno el estribillo pegadizo de Marvin Gaye. Esta noche ha vuelto a gritar que no tiene techo, que escalar el Everest, si se propone, es cuestión de voluntad. La música de este equipo ya la oyen (y la ven) en Europa. Es armónica, exquisita, enamoradiza.
Como la canción de Gaye. Porque todo en esta vida es cuestión de voluntad, tesón y trabajo. Y el fútbol no es más que una prolongación. El conjunto blanquiazul ha apabullado al Anderlecht con una lección de juego que asusta. ¿Hasta dónde puede llegar este equipo? ¿Cuáles son los límites del Málaga?
Los de Pellegrini hilaron estética y sacrificio. Juegan de memoria, con un dominio de los espacios y una coordinación de movimientos propia de la natación sincronizada. El famoso funcionamiento colectivo del chileno ha alcanzado su máxima expresión. El bloque responde al margen de las ausencias, el equipo juega al fútbol sin importarle los dibujos (esta noche sin rombo y con el clásico 4-4-2). La música siempre acaba fluyendo, lo hace por sí sola. Aunque enfrente haya un gran rival (el Anderlecht perdió ayer su primer partido oficial de la temporada en casa), un campo pequeño y presionante y una situación meteorológica a priori adversa (cuatro futbolistas jugaron en manga larga y llovió durante gran parte del choque). Daba igual.

El traje de héroe anoche estaba colgado en el vestuario visitante, concretamente en la taquilla del dorsal número 18. Eliseu salió disfrazado de sí mismo cuando la estrella le acompaña. Marcó dos tantos de esos con los que todos hemos soñado alguna vez. Quién no imaginó verse marcando un golazo por toda la escuadra, enmudecer a un estadio y correr libre hacia el cielo, o emular al mismísimo Romario en su clásica vaselina. Hoy Eliseu ha encarnado las ilusiones de los que nunca podremos decir: “Sí, soy bueno, muy bueno”. Eliseu es bendita locura, es anarquía y talento, es desorden y concierto. Eliseu sabe a gloria. Su primer tanto, el 0-1, fue un cohete que salió de su pierna un vaso de agua antes de que el búlgaro Kassai pitara el final de la primera parte. En directo fue imposible girar el cuello a la velocidad del cuero (112 Km/h). El balón salió despedido con tal violencia que alcanzó una trayectoria de 30 metros inalcanzable para Proto. Se coló por todo el ángulo.
El tanto era un justo punto y aparte a una primera mitad en la que el Málaga empezó muy líquido, derretido por los nervios, pero que con el paso de los minutos se fue solidificando. El Anderlecht salió fuerte, queriéndose ver superior en la iniciativa. Sus acercamientos al área de Willy (nunca con peligro excesivo), se correspondían con pérdidas del Málaga. Fueron diez-doce minutos. No más. Luego el Málaga se encontró guapo. Joaquín e Isco empezaron a bailar entre líneas y a permutar, Iturra secó a Biglia, Eliseu arrancó la moto y Monreal (mic, mic) pagó el peaje de su banda. Eran los primeros murmullos en la ratonera belga, los primeros suspiros de enamoramiento en los valientes costasoleños. Las posesiones comenzaron a ser más largas, con combinaciones veloces en la frontal y toque, toque y toque. Así llegaron las primeras ocasiones. Corría el minuto 15. Claras, claras fueron cinco. Eliseu desde fuera del área, Joaquín en dos finalizaciones flojas tras buenas jugadas previas, Saviola en una primorosa pizarra y Demichelis en un córner. El 0-1 se antojaba incluso corto al descanso.
Van den Brom estaba desquiciado. Para la segunda parte prescindió de Bruno para meter al estadounidense Kljestan y cambiar hasta a cuatro jugadores de posición. Uno de ellos, Kouyaté, pasó a jugar de central y sufrió. Tras unas primeras lógicas intentonas baldías, el propio senegalés cometió clara pena máxima sobre Monreal, un incombustible Monreal que completó otro partido de corona de laurel. El penalti lo autografió Joaquín, ya lleva dos, y el Málaga se metió el partido en el bolsillo. Era el minuto 57. Había por delante más de media hora para disfrutar de un equipo que estaba hace dos ratos en Segunda luchando por sobrevivir y que ahora profana el campo de un histórico de Europa. El Vanden Stock estaba patas arriba. Con una hinchada muda. En la esquina visitante, medio millar de malaguistas entonaban el himno del equipo y un “¡Qué viva España!” que sonaba fenomenal. Pero todavía faltaba por llegar la guinda. El tercero de Eliseu, que nació tras un robo de Iturra con la puntera, una asistencia de fantasía de Isco y la definición de 'Súper Eli', que se coronó con una vaselina con efecto preciosa. Transcurría el minuto 64. Ahí murió el partido y nació el éxtasis visitante.
Lo mejor que deja otro encuentro para la videoteca es la sensación de que a este Málaga no le derriban las zancadillas, no le asustan los retos y no le atemorizan los rivales. Tras diez partidos oficiales invicto, las botellas de la ilusión siguen descorchándose. Este equipo no tiene límites, no hay montaña demasiado alta para escalar ni valle lo suficientemente bajo. La música de la Champions suena mejor cuando el Málaga entona sus sones celestiales. Eso es así.