De la 'Naranja Mecánica' al 'Dream Team'

Si el Johan Cruyff futbolista está entre los mejores de la historia, ni mucho menos se queda atrás el holandés como entrenador. Su época en el Barcelona marcó un antes y un después en la trayectoria del equipo catalán.

 
La carrera de Cruyff como técnico comenzó en el Ajax, su club de origen para todo. Allí, con Leo Beenhakker como técnico 'ajacied', Johan firmó como director deportivo en 1985. Su idea era implantar un fútbol ofensivo, por encima de todo. El espectáculo por delante del fútbol práctico, ya que el aficionado es el receptor del juego y merece disfrutar.
A pesar de quedarse con el banquillo del primer equipo, toda la estructura del club giraba en torno al 3-4-3 que Cruyff mantenía en su cabeza. Una alineación que podía dejar la defensa expuesta, pero para eso había que mantener el balón en los pies, así el rival nunca podría anotar. Esa base permitió al Ajax ganar la Champions League de 1995, competición que no lograba desde la época de Cruyff como jugador.
En 1988, como 1973, pasó del Ajax al Barcelona. Ahora para ocupar el banquillo del Camp Nou. El equipo culé venía de una crisis institucional tremenda, con el 'Motín del Hesperia' en el que los jugadores, apoyados por Luis Aragonés, se rebelaron contra la directiva presidida por Núñez. Johan consiguió una Recopa en su primer año, pero no fue hasta la 90-91 cuando los jugadores se adaptaron al sistema de forma excepcional logrando el título de Liga.
Jugadores como Stoichkov, Luadrup, Bakero o Begiristain fueron fichajes realizados como apuestas personales del técnico holandés, así como el ascenso desde el filial de un joven que bebería de su fútbol para ponerlo en práctica en su carrera como entrenador: Pep Guardiola.
Si Rinus Michels había sido el maestro de Cruyff como técnico de Holanda, Ajax y Barcelona en su mejor época, el actual técnico del Bayern ha sido su sucesor en cuanto al legado de su fútbol ofensivo y en el que el trato al balón está por encima de cualquier otra orden. La historia del Barcelona no se entiende sin el cambio de mentalidad introducido por Cruyff y culminado con la Copa de Europa de 1992.
En Wembley, el Barcelona puso fin a la maldición que le había perseguido en sus anteriores finales, la más reciente, la de 1986 ante un modesto Steaua de Bucarest en el Sánchez Pizjuán, donde no pudo anotar ni durante el partido ni durante una tanda de penaltis que se llevaron los rumanos. Costó marcar, a pesar de que el Barça fue superior, y tuvo que ser Ronald Koeman, el eje de la defensa formada por Cruyff en el conjunto azulgrana, el que anotara de falta directa en la prórroga el 1-0 definitivo ante la Sampdoria.
Con parones debido a las operaciones de corazón a las que se tuvo que someter por su adicción al tabaco, Cruyff también conquistaría con el equipo azulgrana las Ligas de 1992, 93 y 94. Con apuros todas ellas, confiando en los milagros del Tenerife ante el Real Madrid o de González, portero del Valencia que atajó el penalti de Djukic, pero no existía ninguna duda de que el Barcelona era el equipo del momento. Quizás un exceso de confianza motivó el fin de ese ciclo dorado, con la final de Champions del año 94.
El Milan vapuleó a un Barça que no pudo encontrar su fútbol en ningún momento del partido por 4-0. A partir de ese verano todo cambió. Las discrepancias entre Cruyff y Romario se multiplicaron debido a los numerosos viajes del brasileño a su país y en la siguiente temporada una discusión con el vicepresidente Joan Gaspart acerca del fichaje de Bobby Robson como su relevo acabó con Cruyff fuera del banquillo culé. 
Ese fue su adiós, más allá de la experiencia en amistosos como seleccionador catalán, de Cruyff sentado en un banquillo de fútbol. Él se ha ido, pero no sus ideas, unas ideas que transformaron la historia del Barcelona y del mundo del fútbol en general.