Si el fútbol es un estado de ánimo, el aficionado del Atleti vive instalado en un bucle de dientes de sierra. En el Metropolitano, licencia para soñar. Fuera de casa, tiempo para la depresión.
Dicen que el estado de ánimo de la gente está determinado principalmente por su genética y su personalidad; en segundo lugar, por su contexto; y en tercer lugar, por sus inquietudes y preocupaciones. Los equipos de fútbol también tienen su propio estado de ánimo.
El del Atleti está condicionado por su personalidad (competir contra dos equipos más poderosos); por su contexto (valiente en casa, tacaño fuera); y por las inquietudes y preocupaciones del grupo (¿están a la altura de las exigencias del club o a la altura de las de los aficionados?). Todos conocemos personas que pueden transformar situaciones negativas, complicadas y hasta incluso desesperadas, en desafíos que superar, simplemente por la fuerza de su personalidad. Esa personalidad, esa capacidad de perseverar y superar cualquier obstáculo, suele ser garantía de éxito.
En el fútbol puedes comprar calidad, cantidad, goles y con mucho dinero, hasta la ilusión. Lo que no te puedes comprar, ni en el fútbol ni en la vida, porque no tiene precio, es la personalidad. La que necesitas, tengas la calidad que tengas, para demostrar de qué pasta estás hecho. La que tienes que sacar para, en las situaciones delicadas, mirarte al espejo. La que tienes que imponer al grupo para hacer autocrítica. La personalidad que debes tener para, cuando las cosas salen mal, afrontar que debes cambiar las cosas desde la humildad y la naturalidad.
El escenario para el Atleti no es una novedad. Un equipo, dos caras. En el Metropolitano: diez victorias y un empate. Fuera, dos victorias, tres empates y cinco derrotas. De local, un equipo candidato a todo. De visitante, un quiero y no puedo. Es verdad que todavía quedan muchos puntos en juego, que el Atleti aún se puede reenganchar y que queda tela por cortar. También lo es que a Twitter Atleti le encanta el drama, que hay gente que disfruta viendo el mundo arder y gente que le ha bajado ya el pulgar al Cholo hace muchos años.
Es bastante factible que el Atleti recupere lesionados, que el grupo se entone y que pronto vuelva una buena racha de victorias, que hará que los pirómanos de todo a cien vuelvan a la profundidad de sus cuevas, pero eso es lo de menos. Lo de más es lo futbolístico. Superado el debate de que el Atleti necesita tener mucha más calidad de la que tiene, ahora hay que centrarse en sacar mucho más rendimiento del que está ofreciendo este equipo.
El gran problema es futbolístico. Cuando ganó, el Atleti lo hizo gracias a dos constantes vitales: la primera, el criterio de un Koke rejuvenecido, que ayudó a Barrios y Baena a llevar el peso del equipo; y la segunda, el impulso de una banda derecha eléctrica, con Llorente y Giuliano, dos auténticas bestias energéticas. Cuando ese fuego se ha apagado, el Atleti se ha vulgarizado. Sin criterio en el medio para gobernar los partidos y sin su mejor arma, la banda derecha al espacio, el Atleti se ha convertido en un equipo pacato que resulta previsible y para sus aficionados, desesperante.
¿Qué falta? Falta regularidad fuera de casa. Pero sobre todo, falta personalidad. Y eso es lo que hay que exigirle a Simeone y a su equipo, personalidad. Que este equipo se comporte igual en todo contexto y escenario, porque esa es la divisa que distingue a los equipos buenos de los equipos campeones. Y el primer paso para ser campeones consiste, de manera indiscutible, en comportarse como campeones.
En el ‘cholismo’ más primigenio, los atléticos hicieron populares unas camisetas en cuya parte frontal lucía un lema brutal: “Ser campeón no es una meta, es una actitud”. Si este Atleti quiere ser campeón, tiene que empezar a comportarse como si lo fuera.