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La canción del verano

Juan Carlos Aragón

Al verano nunca le ha hecho falta canción. Él mismo es una canción que se hace interminable, pesada, lenta, aburrida. Y lo peor. Todo el mundo la canta. Es inmoral que las estaciones tengan los mismos enemigos que la música. Afloran en sus estrofas la recreación ilustrada de los siete pecados capitales ocho, si contamos el móvil. Especialmente, las de la gula y la pereza se bailan en bares y hamacas por niños y mayores con bráquets y sobrepeso. Qué castigo para la vista, el corazón y el oído.

 
Pero la de este verano es distinta. Era una canción de invierno que ha seguido sonando durante el verano: "Las terceras elecciones", con música y letra del bipartidismo, arreglos de los partidos emergentes e interpretada por la prensa. Una monería. Y no para de sonar. Confieso que a veces hago zapping, pero me encuentro con la de "Otro diploma olímpico para España", que es menos rallante pero igual de triste. Menos mal que el carnaval se alarga en forma de festivales. Después que digan.
"Las terceras elecciones", no es más que la nueva versión de "El 20D" y "El 20J", un plagio de las dos que nadie soporta, que ya sólo cantan ellos para ellos, pero que tenemos que seguir oyendo por cojones. Segundas partes nunca fueron buenas, más si la primera salió chunga. De hecho, la segunda fue un coñazo. La tercera, de momento, sólo representa una amenaza, pero su simple fantasma planea por nuestra indignación como un presagio, la anunciación de un nuevo "Dios ha muerto", metáfora de la decadencia de una democracia en la que ya nadie cree pero que no nos atrevemos a sustituir por otra forma de gobierno. Y no me refiero a una dictadura. Yo también quiero seguir viviendo. Hay que hacer un corte de mangas, una objeción de conciencia colectiva que paralice las chulerías de Estado de este puñetero país.
No nos dan alternativa. Se están riendo de nosotros de modo insultante. Cuando leí que unas terceras elecciones se celebrarían el día de Navidad creí que era un chiste malo. Y de alguna forma lo es. No obstante, peor chiste puede ser que vuelva a gobernar el partido más corrupto de nuestra democracia por la voluntad de una séptima parte del país. La izquierda o como se llame a sí misma pudo evitar el desastre, pero en vez de conjurarse cual era su compromiso social con las víctimas se retó entre ella ninguneando al que era el verdadero enemigo, nuestro verdugo real: un alarde de irresponsabilidad que traducido resulta lo que tenemos ahora.
España inventa el surrealismo político y se queda tan fresca. Al oír y leer noticias en la prensa relativas a unas terceras elecciones, la pluma de los redactores y el énfasis de los locutores es el mismo que dando el tiempo, contribuyendo con descaro a la normalización de la catástrofe moral del sistema. De momento se celebran las cuatro medallas de mierda que se han ganado en unas olimpiadas para olvidar. Ni que fuésemos americanos.
Como colofón, desde el quinto poder las redes a los ciberpayasos les ha faltado tiempo para orquestar campañas de humor. Y para febrero, más de uno ya tiene preparado algún cuplé rimando "yo me voy a comer el pavo y me paso a Rajoy por el nabo". Si la sola idea de tripitir elecciones generales 370 días después de las primeras y coincidiendo con la Navidad da para risa, apaga y vámonos a la selva, que es más segura. No sé si Dios hizo el mundo, pero España fue obra nuestra. Y no se hicieron dos Españas, sino tantas como españoles. Por desgracia, este esperpento político y social sólo refuerza mi teoría de que España no es una nación, sino el nombre de una mafia, de un proyecto integral de corrupción que nos corroe desde los cimientos hasta la cumbre: un Vaticano a lo grande.
Ya no hay remedio. Los que abanderaron la indignación hoy disfrutan de un juego de tronos, disolviendo así definitivamente la posibilidad de volver a indignarse. Jamás vi un vuelo de aves migratorias más veloz que el discurso de los que tú ya sabes. Jamás pensé cuando estudié la ANOMIA que viviría tan cerca y tan dentro de ella. Ni siquiera una guerra civil y un criminal como Franco han servido de escarmiento. Pa echarnos, primo.
JUAN CARLOS ARAGÓN

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