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Un calambre en el alma del Carnaval

Juan Carlos Aragón conversa con Javi Bohórquez (Foto: Jesús Ruiz 'Gitanito')
Carlos Tur

A Juan Carlos no se le quiere, se le desea. Y se le espera. Sentado. O a la vuelta de la esquina. De frente, con los ojos cerrados. Por la espalda, sin mirarlo a los ojos. Con el cuchillo entre los dientes. Siempre ante la tele, pues no hay cojones de cazar entradas. Se le aguarda en sueños de un año a otro. Y en ‘ElDesmarque’, de domingo a domingo. Su rabia es inspiración, el germen de una nueva canción eterna, de notas libres y música suprema. Y así lleva siendo un siglo. Más de dos décadas.

Aragón es un calambre en el alma del Carnaval. Le robo la frase del trío con el que a todos, esta vez, nos despertó la sonrisa. Ni contagiosa, ni caliente, ni inocente, ni descalza. Una sonrisa de delirio, temblorosa, que asusta cuando te descubres frente al plasma con los dedos entrelazados, como rezándole a un dios que no conocías y acaba de manifestarse pero con el que llevas tanto tiempo en negociaciones. Desde que te sorprendiera, como un paria, cantando a las claras del alba camino a la universidad. Metiendo la escoba. Sembrando la revolución a tu forma, en tu día a día. O de madrugada, viajando a Montevideo en la intimidad de la calle Bécquer. Tal vez antes, mucho antes.

“Ya no es como escribe el ‘Capitán Veneno’, que es de locos; es como piensa, que no se puede ser más cuerdo”, apunta Manu Sánchez. Otro grande. Andaluz con orgullo y orgullo del andaluz, de los que siempre se mojan y dan caché y valor a la tierra. Y tiene razón. Juan Carlos es crítica, descaro, esperanza, rebeldía, inconformismo, la lucha contra la opresión, una defensa del obrero, justicia para el pobre, belleza descarnada, incorrección política... pero, sobre todo, filosofía poética, poesía del pensamiento. La reflexión convertida en arte. Lo inasequible, al alcance de la mano. Lo cotidiano, en un lenguaje sublime. Como dice Fede Quintero:

Su obra es una historia perpetua de amor. De flechazo irremediable, admiración creciente y pasión infinita. Su estilo es inconfundible, fascinante. Las comparsas de Aragón tienen marchamo. Son imperecederas y contienen mensajes universales. Son precursoras porque espolean al pueblo. Cruzan el charco. Condenan al sumiso, al hombre dócil e indolente. Y anticipan, una y otra vez, la revolución.

Juan Carlos es un premio para Cádiz, para la Andalucía libre y cansada de España. Para la España libre y cansada del yugo. Y es vida para el Carnaval. Aunque la expectación derive en expectativa y la expectativa, en exigencia. Parece inevitable. Y hay que desear, con fuerzas, que esa carcoma no desgaste hasta el extremo a un autor de su talla… que tras tantos cuplés todos de sobra conocemos. El compromiso de Aragón es encomiable. Su pasodoble, tan cotizado, una mágica ciencia de estirpe flamenca. Su literatura cantada, incomparable. Sin parangón en el concurso y su leyenda. Un mito en evolución del que, obvio, sólo hablo bien por evitar líos con su mafia…

CARLOS TUR 

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