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Las lágrimas de un niño

José Antonio Reyes, en su debut con el Sevilla.
Dani Herrera

Recuerdo la primera y única vez que vi a un niño llorar por la marcha de un ídolo futbolístico como si fuera ayer. Era invierno, hacía frío y aquel chaval de ocho años estaba empezando a vibrar con el fútbol de la mano de su padre.

-“Papá, ¿por qué se va Reyes?”. Esas fueron sus primeras palabras, entre lágrimas, tras llegar del colegio y enterarse de la 'trágica' noticia.

-“Nos han dado mucho dinero por él y se tiene que ir a Inglaterra, pero tarde o temprano volverá”, le dijo el padre con sabiduría a su descendiente con absoluta normalidad, quitándole cualquier tipo de hierro al asunto.

Sin embargo, aquel niño seguía sin entender nada de nada. No entendía la decisión de su jugador favorito. No entendía que se marchará tan lejos, le daba igual el dinero que iba a recibir su equipo y la inestable situación económica que atravesaba el club. Llegó a enfadarse, y mucho, con el mundo, consigo mismo...

-“¿Pero qué va a pasar con el Sevilla sin Reyes?”, se preguntaba una y otra vez con inocencia sin encontrar la respuesta adecuada.

Pero volviste a tu casa, otra vez en invierno, otro vez hacía frío, y vaya si volviste. Ganaste la Premier League en Inglaterra, le diste una Liga al Real Madrid, te coronaste en Europa con el Atlético... pero no viviste la época dorada del equipo de tus amores sobre el verde. Y esa espina la tenías tan clavada que no te quedó más remedio que volver a poner patas arriba a Nervión.

José Antonio Reyes, ídolo en Nervión.

Fue tal tu frustración de no poder disfrutar en el terreno de juego de Eindhoven, de Glasgow o de Mónaco que decidiste volver a llevar a la gloria a tu gente, a un Sánchez-Pizjuán que volvía a corear tu nombre, como la primera vez, como siempre. Pusiste en boca de toda Europa de nuevo, acompañado de otra gran generación de futbolistas, la palabra 'Sevilla' cuando menos lo esperaba el mundo del fútbol. Y no paraste hasta que levantaste con tus propias manos la copa del sevillismo en Basilea.

Estoy seguro que aquel niño que creció viendo tus diagonales con la portería contraria entre ceja y ceja, que se hizo mayor admirando tu talento infinito y tu zurda de terciopelo, que vibró con tu manera de jugar y de disfrutar de los derbis, con tus recitales en Nervión y con tus pases con música clásica de fondo, y que por supuesto se enorgulleció viendo como defendías la camiseta y el escudo de su equipo como si la hubiese defendido él mismo, jamás te olvidará, porque es imposible olvidarlo.

Ahora dejas otra vez a ese niño con frío, el mismo frío que hacía aquel día de invierno que decidiste poner rumbo a Inglaterra o el de aquella mañana en la que fuiste el regalo de Reyes de todo el sevillismo

Ahora dejas otra vez a ese niño con frío, el mismo frío que hacía aquel día de invierno que decidiste poner rumbo a Inglaterra o el de aquella mañana en la que fuiste el regalo de Reyes de todo el sevillismo, pero no te preocupes, porque estoy seguro de que aquel inocente niño al que decepcionaste en su día hoy te mira con orgullo y admiración.

Dicen que solo muere quien es olvidado así que tú nunca caerás en el olvido José Antonio, porque tu legado es eterno.

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