Los últimos meses se han convertido en un auténtico torbellino para Jaguar y Land Rover. Las dos marcas británicas afrontan una situación crítica. Y lo peor es que sus dificultades no se limitan a las bajas ventas que ya arrastraban, sino que ahora se enfrentan a un problema aún más grave.
En el caso de Jaguar, el panorama es muy delicado. La marca del felino no fabrica vehículos desde la pasada primavera. Está inmersa en una transformación industrial que busca un futuro 100% eléctrico. El primer modelo de esta etapa ya está en marcha, pero su alto precio lo mantendrá lejos del gran público. Volver a números positivos será una misión complicada.
Mientras tanto, Land Rover ha chocado con un obstáculo inesperado. A principios de septiembre sufrió un ciberataque masivo que obligó a detener la producción mundial. La compañía reconoce que la interrupción durará, al menos, hasta el 24 de septiembre. Cada día de parón supone un coste estimado de 5,8 millones de euros, lo que podría traducirse en 140 millones perdidos en menos de un mes.
El golpe no es solo económico. De sus 33.000 trabajadores, una parte importante sigue en casa, sin actividad. Directivos de la empresa ya se han reunido con representantes del Gobierno británico para valorar esquemas de protección del empleo. La crisis también amenaza a los proveedores, algunos en riesgo de quiebra si la parálisis se prolonga.
La investigación sigue abierta. La marca admite que hay datos comprometidos, aunque no ha detallado si corresponden a clientes o proveedores. El grupo trabaja “24 horas al día” con especialistas en ciberseguridad, pero el restablecimiento completo parece lejano.
Este nuevo contratiempo se suma a otros frentes abiertos. Jaguar Land Rover ya sufría por los aranceles en Estados Unidos, su principal mercado, y por la caída de la demanda en China y Europa. La compañía, en manos del grupo indio Tata Motors, ya había iniciado un ajuste de plantilla antes del ataque.
El grupo de ciberdelincuentes que se atribuye el ataque es el mismo que golpeó a Marks & Spencer, con un coste de 350 millones de euros. También han afectado a Harrods, Co-Op o a la ferroviaria LNER. Ahora, Jaguar y Land Rover se convierten en sus víctimas más sonadas dentro de la industria del automóvil.