El sueño del canterano Agné

No ha despertado un especial entusiasmo la llegada de Raúl Agné al banquillo de La Romareda. La afición zaragocista, anestesiada después de tantos y tantos sinsabores, observa incrédula cada movimiento alrededor de su equipo. En definitiva, lo único que le interesa -y no le falta razón-, es regresar de una puñetera vez a Primera División. Así que el adiós de Luis Milla y la bienvenida a Agné han despertado más interés en los medios que en la grada, donde el hartazgo lleva camino de convertirse en indiferencia.

 
El nuevo entrenador del Real Zaragoza es un tipo noble, sin dobleces, de mensaje directo y transparente, que sabe que su máximo logro como técnico está por llegar. Quienes le conocen bien, dicen de Raúl Agné ya apuntaba a entrenador en su etapa como jugador. Desde el centro de la defensa organizaba a sus compañeros, siendo la voz del técnico dentro del campo. Era un central contundente, con personalidad, que se defendía con el balón en los pies. Tras su salida del filial sin la oportunidad de debutar en el primer equipo, porque como él mismo dice “los de arriba eran muy buenos”, Agné hizo carrera en el Casetas y el Binéfar, dos clásicos de nuestro fútbol, y en varios equipos del fútbol catalán.
Ahora, el chico de Mequinenza que soñó con jugar en el Real Zaragoza es el líder de un vestuario triste y carente de personalidad, de un grupo de futbolistas que ha perdido la fe. Ese es precisamente el primer reto de Agné, recuperar la confianza de una plantilla que no es la segunda mejor de la categoría, por mucho que diga Juliá a quien le quiera oír; pero sí una plantilla capacitada para luchar por las seis primeras plazas. El segundo paso será que el equipo tenga su sello, que sea un bloque intenso y ambicioso, vertical, poco dado a madurar las jugadas, pero, sinceramente, tal y como está el Real Zaragoza poco o nada interesa más allá de volver a ganar un partido.