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Blanquear el relato

Igor Santamaría - Deia

Que conste que no creo que haya un solo culé de bien que no se sonroje por el hedor que desprende el caso Negreira, desbocado ahora hacia un cruce de declaraciones entre los dos clubes del Estado que más tienen que callar por ver quién alzó más alto el brazo en tiempos del dictador, cosa que hacían los miembros de todos los equipos, bien formados en posición militar, no vaya a ser que acabaran feneciendo no solo deportivamente sino en alguna cuneta de las que aún quedan por levantar. Demasiadas.

Laporta acusa al Maadrid de ser favorecido históricamente y ahora por los árbitros

Y mientras desde las cloacas de los allegados mediáticos de Florentino Pérez disparan hacia Jan Laporta, no solo por los hechos en cuestión sino por su currículo más allá del palco del Camp Nou, no se enteran de que el presidente azulgrana ya les ha ganado el primer set trasladando el debate hacia el campo donde mejor puede desembarazarse del asunto que acorrala al Barcelona.

Solo le falta por levantar algunas de esas alfombras del Bernabéu, donde en tiempos del Antiguo Régimen, entonces Chamartín, y en los del presente se han cocinado chanchullos, pelotazos urbanísticos y más de un resultado que trascienden del ámbito del silbato, desplegándose allí más poder que en el propio Consejo de Ministros.

Florentino Pérez posa con la Decimocuarta del Real Madrid (Foto: RM).

Claudicado y visto el esperpéntico amasijo de imágenes del NO-DO que el Real Madrid expuso en formato vídeo para tratar de hacer vez que el Barça tuvo como aliado a Franco, que por de pronto ordenó detener y fusilar en 1936 a su presidente Josep Suñol sin juicio previo –su despacho se encontraba frente a la fuente de Canaletas, de ahí que la entidad celebre allí sus títulos–; el intento suena, como poco, a grotesco.

Más todavía cuando la prensa afín al franquismo, el diario Triunfo, llegó a calificar el fallecimiento de Santiago Bernabéu como "la segunda muerte de Franco".

El señorío del que presume el Real Madrid se ha precipitado hacia el insulto a la memoria histórica de la que tanto desdeñan en la Corte, en tanto que el nítido posicionamiento del club blaugrana con el movimiento republicano le condujo a sufrir depuraciones con la victoria del bando nacional: la españolización del nombre, la supresión de la senyera en el escudo o el obligado cambio de directivos para que fuesen afines al régimen, por citar solo algunos aspectos.

Joan Laporta, en rueda de prensa del Barcelona por el 'caso Negreira' (Foto: Cordón Press).

Se da la paradoja de que también fue asesinado un presidente blanco, el comunista Antonio Ortega Gutiérrez, que no figura ni en la web oficial ni en ningún documento público del museo merengue, en un evidente ejercicio de memoria selectiva, como señalan los expertos. Qué decir de la maquinaria orquestada para que Di Stéfano no jugara al lado de Kubala.

Javier Tebas y Joan Laporta se saludan en la Asamblea de LaLiga.

En verdad, todos fueron “el equipo del Régimen”, porque Franco puso el fútbol profesional a su servicio. Todos los jugadores levantaban el brazo con el saludo fascista al comienzo de cada encuentro y, como hacían todos los funcionarios del Estado al asumir su puesto, estaban obligados a “cumplir las Leyes Fundamentales y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional”.

Solo que los rescoldos de todo aquello permanecieron en la sede de Concha Espina aunque algunos quieran blanquear, nunca mejor dicho, la semblanza del club más protegido por las instituciones, colectivo arbitral incluido.

El excolegiado José María Enríquez Negreira, en una foto de archivo (Foto: EFE).

Otra historia, y la más importante, es que los pagos a la familia Negreira desde los tiempos de Núñez ensombrezcan de forma tan mezquina la época más gloriosa del Barcelona, cuyo guión debería haberse limitado a dar espectáculo sobre el césped y a trascender, como lo hizo y hará, en todas las escuelas de fútbol del planeta porque podía prescindir de cualquier uniforme arbitral para llevarse todo por delante.

Lo delictivo, de haberlo, se dirimirá donde debe; lo ético tiene más difícil explicación. Casi tan imposible como el relato que pretenden instalar desde la 'central lechera', que diría aquél.

Por Igor Santamaría, periodista del diario Deia 

@Santawarrior

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