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El oportunismo de los gestos

Por Fran Roales La semana que viene, un alto, muy alto cargo de la Junta de Andalucía, su lado
oscuro, tratará de organizar un acto con dos emblemas representativos de Betis
y Sevilla, Sevilla y Betis. No será una idea propia, sino más bien, apropiada,
de un candidato a la alcaldía de Sevilla. Dicho candidato fue en su día el
único que trató de interceder en la guerra abierta entre Betis y Sevilla,
Sevilla y Betis. En estas dos semanas, sólo ha sucedido un acto público en el
que dos consejeros, uno de cada equipo, en el que han llegado incluso a darse
la mano delante de las cámaras de televisión. A todos ellos los han llamado y
llamarán oportunistas. Pero, sinceramente, si hay algo a estas alturas de la Guerra Civil que resulte
oportuno, obligatorio, e incluso imperante, es el oportunismo de los gestos.

 

De los gestos y de los códigos. Porque para los hombres de
fútbol, qué bien queda esconderse en las reglas no escritas sobre las cosas que
no se pueden contar, de los hechos que no se pueden relatar, de los detalles
que no se pueden desvelar. Queda realmente bien aquello de escudarse en el
pacto de caballeros de que lo que queda en el campo, queda en el campo. Pero,
eso sí, de lo que sucedió en el pasillo de un antepalco, con busto pero sin
responsable, a estas alturas ya tenemos todas las versiones. Y todas inciertas,
porque todas, absolutamente todas, omiten un detalle de verdad lo
suficientemente cruel como invalidar lo que venga antes o después.

En la historia, desde el ataque de cuernos de Troya hasta
los intereses económicos del Golfo Pérsico, se han sucedido las guerras
formuladas por los caprichos y los intereses particulares, las rencillas y los
odios de los dirigentes de los países, que mandaban sus ejércitos a morir en
las batallas. En Sevilla, los que declaran las guerras civiles serán
responsables no sólo de las víctimas, morales y no, del próximo miércoles en
adelante, y depende del grado de repercusión, puede que la historia les reserve
un hueco que nada tenga que ver con los buenos momentos en los que levantaban
copas.

Al menos, da la sensación de que la afición  de Sevilla y Betis, de Betis y Sevilla, no
sólo se declara objetora de conciencia del absurdo y el despropósito, sino que
además, queda muy lejos de los amagos de violencia que los gestos de sus responsables
esconden. De lo que cada uno haga después, y sobre todo, de las consecuencias
que tenga, de sus aciertos, y sobre todo, de sus fallos, sólo quedará como
testigo. El testigo de una historia en la que han demostrado que ninguno ha
estado a la altura.

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