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Es Noticia

La fiesta terminó

Jorge Oto

Recuerdo como si fuera ayer aquella entrevista. Yo daba mis primeros pasos en el periodismo de la mano del añorado Diario Equipo, con sede, entonces, en la calle Carmen de Zaragoza. El director, Manuel de Miguel, me asignó un puesto en Fútbol Regional. Era feliz. No puede ser de otra manera cuando se cumple un sueño. Yo había llegado pero luchaba con todas mis fuerzas  por quedarme y seguir disfrutando de mis dos pasiones: el deporte y el periodismo. Aquella, decía, fue una de mis primeras entrevistas pero creo que él se estrenaba en esas lides. Acudió con una camiseta con la bandera de Estados Unidos y acompañado de su padre. Tan sonriente como tímido. Un vergonzoso fuera del campo y un sinvergüenza con un balón en los pies. Así era Cani, entonces bandera del filial del Real Zaragoza. Pocos meses antes había hecho una entrevista para entrar de reponedor en Alcampo tras salir del Utebo.

Tras ese primer encuentro, hubo muchos más. Su carrera se disparó hasta firmar, en el 2002, contrato con el primer equipo: “Cobraré bien por hacer lo que haría gratis”, dijo entonces. El resto, ya lo conocen: héroe del ascenso en el 2003, cientos de partidos en la élite, moneda de cambio entre Soláns y Agapito para abandonar el Zaragoza rumbo a Villarreal, jugador de Champions y víctima de la injusticia futbolística que le impidió debutar con la selección española absoluta.
Cani se va. Sin hacer ruido y después de la que, seguramente, ha sido su peor temporada. Pero se acabó. “Mis piernas ya no van al mismo ritmo que mi cabeza”, nos dijo no hace mucho a unos cuantos. Ya entonces se veía venir la decisión final de un futbolista que deja un legado impresionante y una huella imborrable. No volverá a haber otro como él.
“Es como si se me hubiera muerto alguien”, me decía alguien que lo quiere mucho tras hacerse oficial su retirada y que ha compartido con él mucho más que horas de vestuario. Mientras, hay quien se atreve a firmar desde púlpitos públicos que Cani no se ha portado bien en algunas ocasiones a lo largo de la pasada temporada. O que su adiós se dilató tanto por cuestiones económicas. Quizá deberían preguntar, como supuestos informadores, cuánto y sobre todo cómo cobró Cani la pasada temporada. O quién era el principal apoyo de los canteranos, a los que, por otra parte, transmitió siempre que el Zaragoza era lo primero.  O conocer que, horas antes de trasladar al club que lo deja, Cani estaba en el hospital tratándose de un problema de salud que le había fastidiado durante casi una semana.
Pero Cani nació en Aragón y eso conlleva ciertos tributos. Para él y los suyos. Ahora, su padre acudirá más tranquilo a La Romareda mientras que otros –pocos, afortunadamente- deberán buscarse otro objeto del pin, pan, pun. Cani se va para no volver. Nunca más volveremos a ver ese cambio de ritmo único en su especie, ese regate, ese último pase, esa particular forma de correr, ese fútbol de fantasía. Solo espero que su club, el Real Zaragoza, le despida como merece que haga desaparecer de mi mente ese twit ofensivo con el que la entidad despachó su decisión.
Cani ya es historia del zaragocismo. Uno de los mejores futbolistas en la historia del club cuelga las botas y el fútbol es, hoy, un poco menos divertido. Pero su magia perdurará para siempre. Como me dijo en aquella entrevista, “el fútbol es para hacer feliz a la gente”

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