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Es Noticia

Lo que pasó en Soria

Jorge Oto

El histórico partido en Palamós, la indignante actitud de los jugadores y la mayor humillación en la historia moderna del Real Zaragoza dejaron abierta la puerta a múltiples interpretaciones en busca de un porqué. Todavía anda el zaragocismo, desorientado ante tamaña afrenta, metido en esa indagación. La especulación y la indignación conducen a versiones de aficionados que suponen una conjura contra el entrenador o incluso a jugadores vendidos.

Pero la realidad es que el Zaragoza fue presa de su propia inconsciencia. Fue el equipo aragonés un ejemplo de fragilidad mental durante gran parte de la temporada, una escuadra huérfana de líderes y personalidad, lo que resulta letal en una categoría en la que el carácter gana más partidos que el propio fútbol. Incapaz casi siempre de levantarse ante un resultado adverso, hizo lo propio cuando se quedó sin ascenso directo tras perder en casa ante el Nástic. Entonces, dio por hecho el play off y la cuarta plaza. El partido ante el Llagostera se afrontó como un mero trámite. Incluso también la propia afición lo consideró así, a tenor de la escasa presencia de zaragocistas en Palamós. No podía haber drama ante un rival descendido a Segunda B y todo eran conjeturas acerca de quién iba a ser el rival el jueves siguiente en la promoción.
Pero algo iba mal. En realidad, hace semanas que el ambiente no era bueno. Quizá a eso se refieran Julià y Lanzarote cuando advierten que algo se torció en Soria. Porque, entonces, Carrera comenzó a tambalearse. El club comenzó a generar desconfianza en el entrenador y eso debilitó al catalán y, por tanto, a quien lo trajo –Julià--. Esas dudas y esa debilidad se trasladaron al equipo, ya de por sí frágil o, como decía Carreras, “plano”. Eso, el gol tempranero de la Llagostera y el miedo, sumaron al Zaragoza en una profunda depresión de la que ya no pudo salir.
Convendría no empeñarse en escapar del fracaso. Nadie puede hacerlo. Desde luego, jugadores y entrenador acaparan gran parte de responsabilidad, pero no son los únicos. La opinión generalizada advertía de la necesidad de otro perfil de delantero, pero Julià, que ahora parece arrepentido de aquella decisión, no lo creyó así. Ese fue su gran error. El del club fue carecer de autocrítica, señalar siempre a los árbitros o al propio entrenador y pregonar a los cuatro vientos su desconfianza en el técnico en el momento más inoportuno. Claro que peor ha sido la falta de humildad una vez consumado el desastre.

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