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¿Y dicen que sólo es fútbol?


Decía Bill Shankly, mítico entrenador del Liverpool y autor de un auténtico catálogo de frases magistrales sobre el fútbol que recomiendo, que el futbol no es cuestión de vida o muerte, es mucho más que todo eso. Y viendo partidos y eliminatorias como la que hemos vivido esta semana en nuestra ciudad uno se plantea y se da cuenta de lo grande que es el fútbol. No hay ningún deporte que se viva y disfrute desde el corazón como éste. Viendo el partido, las vueltas de guión que puede llegar a tener, como somos capaces de vivirlo y, sobre todo, de sentirlo, como nos une en torno a un escudo, el que sea, uno se da cuenta de que por mucho que sea solo un deporte, no es solo eso. Para los que lo vivimos, lo disfrutamos, lo sentimos, es mucho más que eso. Un acontecimiento que puede aislarte del mundo y los problemas durante horas, que puede hacer olvidar tantos y tantos problemas que nos asolan en épocas actuales, que hace que cualquier sevillista hoy se olvide de todo para tener una sonrisa permanente y la risa tonta en la boca o que cualquier bético olvide su decepción y su pena para hacer de tripas corazón y salir hoy orgulloso con la camiseta de su equipo a la calle.
El fútbol es solo un deporte, puede ser, pero no es solo eso, y menos en esta bendita ciudad. El fútbol es recordar la primera vez que tu padre te llevó al estadio de tus amores, es ese abrazo de alegría el día que ganaste ese título o decepción el día que descendiste o te eliminaron con tus amigos, tus hermanos o tus hijos. Es recordar a aquellos que ya no están o guardar en tu memoria para que no se te vayan nunca los momentos que compartiste con los que algún día te faltarán. Es llorar de alegría o de decepción, es agonía, angustia, gritar como un loco o cerrar los ojos para no mirar. Es ese amigo sevillista que ayer apagó la tele cuando Salva Sevilla iba a lanzar la última falta con el tiempo cumplido o ese amigo bético que se marchó del estadio porque no era capaz de ver la tanda de penaltis. 
Y es el comportamiento modélico de dos aficiones durante dos semanas. Cuando uno mira desde las gradas del Pizjúan o del Villamarín a las esquinas en que se concentran esos miles de rivales que han venido a apoyar a su equipo no debe ver a cuatro cafres o a un enemigo. A quien debe mirar porque son la mayoría, es a su hermano, a su primo, a su mejor amigo o a su novia porque son los que están ahí o en su casa con la camiseta del eterno rival puesta. Lo que se ha vivido en Sevilla esta semana ha sido muy fuerte, lo de ayer fue una auténtica película. Como dice Rakitic, parece un guión de película. De amor para unos, de terror para otros. Pero solo un penalti hizo que cayera de un lado u otro. Decía en mi último artículo que el Sevilla tenía mucho más que perder que un Betis que podía ver la eliminatoria como un oasis. Pero el fútbol es tan grande e imprevisible y da tales giros que ha ocurrido lo que nadie preveía ni podía pronosticar ni en la ida ni en la vuelta. Lo que ha pasado, la forma épica de pasar de ronda, en una noche que ha pasado a los anales de los derbis y del fútbol sevillano, con una eliminatoria que es posible que nunca llegue a repetirse, le da un impulso a la autoestima del equipo de Nervión y a la afición como no se recordaba desde la última Copa del Rey y escribe una página gloriosa, por la forma de conseguirla, en su historia, que puede ser decisiva en una fase de la temporada en que las fuerzas flaquearán cada vez más. Respecto al Betis, desgraciadamente y también de manera cruel, caer de la manera que lo ha hecho, en casa y con todo a favor, puede haberle asestado un golpe definitivo a una temporada de pesadilla. Pero deben estar orgullosos porque lo dieron todo y estuvieron muy cerca. Apenas un penalti y todo sería al revés, Eso es lo apasionante e indescifrable de todo esto.
No será cuestión de vida o muerte pero a veces se le parece mucho.

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