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El Deportivo de la vergüenza

Tino Fernández, presidente del Deportivo.
Carlos Rosende

El Deportivo ha tocado fondo días después de cumplir el objetivo marcado a principios de temporada, entrando en una especie de barra libre en la que vale todo con aras de airear los trapos sucios de un vestuario contaminado hasta límites insospechados. 

Como institución, el daño provocado en el escudo durante una segunda vuelta nefasta dentro y fuera del terreno de juego no se suaviza por haber logrado la permanencia en Villarreal, ni mucho menos. La guerra civil dentro de la caseta, a la que la directiva presidida por Tino Fernández no ha sabido ponerle freno a tiempo, salpica ya a la inmensa mayoría de la plantilla y al grupo de técnicos liderado por Víctor Sánchez del Amo. ¿Nadie está dispuesto a coger el toro por los cuernos y velar por lo mejor para el Dépor? Con paños calientes no se cura al enfermo y, ante la ausencia de explicaciones claras por parte de los máximos responsables de garantizar la buena salud del Deportivo, el día a día se ha convertido en una especie de ajuste de cuentas entre un grupo de jugadores fracturado desde hace meses.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? ¿Cómo no se ha logrado controlar una atmósfera tan nociva? ¿Se ha visto comprometido el papel del entrenador durante todo este curso? Y si es así, ¿por qué el míster firmó la renovación en enero? Dejando a un lado a Luisinho, ¿cómo es posible que un veterano como Alberto Lopo se haya podido meter en semejante charco? Éstas y otras preguntas están encima de la mesa y desde luego no deben ser respondidas por el representante de un jugador o por los futbolistas, que en algunos casos no dejan de ser empleados del club con el único apego de recibir su sueldo a final de mes. 
El Dépor es un club señor. Un equipo que a lo largo de su historia ha tenido momentos deportivos mejores y peores, disputas internas, futbolistas problemáticos, conflictos más o menos graves e incluso problemas económicos críticos, pero que siempre ha contado con el apoyo de una masa social envidiada a lo largo y ancho de España. Por ellos, por los aficionados que cada fin de semana se desplazan a Riazor y sienten este escudo como propio, es necesario tomar cartas en el asunto. Porque lo que está bordado en el pecho de la camiseta es de la gente. De todos los que lo se van jodidos a casa cuando las cosas no salen y se levantan el lunes con un sonrisa cuando repasan mentalmente la victoria lograda el fin de semana.
Alguien debe ponerle freno a esta vergüenza.    

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