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Crítica de Black Panther

*este escrito no contiene spoilers*

Con cada uno de sus últimos títulos, Marvel Studios está dejando (dentro de unos límites establecidos en cuanto al tipo de historias y un modelo de cine-espectáculo) que sus guionistas y directores subviertan el subgénero del cine de superhéroes, heredando parcialmente el espíritu de sus viñetas en la pluralidad de acercamientos y voces. Aunque siempre podrían tener una mayor diversidad de género y raza entre las filas de su pléyade de creativos, Black Panther (Ryan Coogler, 2018) marca quizás su título más personal, ya que Coogler –aquí co-guionista además de director- ha entregado una pieza cargada de Historia africana, que luce esplendorosa en pantalla y emociona en la fuerza de su representación de la sufriente minoría.

Con una duración de poco más de dos horas, Black Panther se diría también una de las cintas más calmadas de la factoría Marvel, ya que aun siendo generosa en acción, como marca el canon, se toma su tiempo en plantear sus conflictos, en que sus personajes adquieran algo de profundidad y que por tanto sus acciones sean entendibles. La caracterización del villano de la historia es muy afortunada en ese sentido, porque va más allá del clásico afán-de-destrucción porque-sí, y su problema con el protagonista y con el reino de Wakanda se explora a conciencia.

Presentado ya con mucho acierto como parte de la excelente Capitán América: Civil War (Joe & Anthony Russo, 2016), Black Panther (estupendo Chadwick Boseman) tiene aquí su oportunidad para lucirse y quedarse en la retina del fan, en una misión exitosa y que Coogler se nota ha planeado con mucha atención al detalle. La misma invertida en dar vida y alma a Wakanda, hogar del protagonista y su entorno, y pieza central del conflicto que mueve toda esta historia.

El metraje de la cinta avanza a paso seguro, sin titubeos de ritmo, con el humor justo, con unos personajes femeninos que merecen el aplauso y aprovechando al máximo la paleta de colores que ofrece la diversa cultura africana para componer imágenes para el recuerdo. Y casi como una suerte de compromiso entre la faceta más autoral del director y los mandatos de este tipo de cine, el tercer acto entra ya de lleno en la previsible gran batalla climática y espectacular entre dos posturas claramente antitéticas, donde la calidad global del asunto baja un poco y el espejismo de diferencia se rompe. Los matices se pierden, las costuras de guion asoman un poco la cabeza para dar continuidad a la trama general del MCU y uno se da cuenta de que esto es, al final, una película que debe seguir un patrón. Un patrón que proporciona el mejor de los ratos, sí, pero que deja una sensación ya, tras una década de títulos, de déjà vu.

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