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Crítica de Thor: Ragnarok

De las sagas individuales de los personajes que componen el equipo de los Vengadores, la centrada en Thor ha sido siempre la peor valorada por crítica y público, a pesar de tener irónicamente al malvado más memorable del MCU en la figura de Loki. Por eso Marvel ha tenido tanto cuidado y ha pensado tanto en cómo enfocar esta tercera parte, que tenía además el añadido de explicar la ausencia de Bruce Banner/Hulk de todo el conflicto entre Iron Man y el Capitán América.

La solución de la empresa ha sido bastante sencilla y previsible, aunque no por ello menos efectiva: meter a Thor: Ragnarok (Taika Waititi, 2017) en la variante más abiertamente humorística del MCU, en la estela de las estupendas Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014), Ant-Man (Peyton Reed, 2015) o Doctor Extraño (Scott Derrickson, 2016). La pregunta pertinente sería entonces si esto no ha implicado un cambio muy brusco respecto a lo ya establecido de los personajes y la mitología que habitaban.

Lo curioso es que Thor: Ragnarok es una experiencia tan disfrutable, tan luminosa (el director de fotografía es el español Javier Aguirresarobe) y entretenida, que no importa si no encaja con el canon de la saga, porque gustoso se puede establecer este como el nuevo canon. Desde la primera hasta la última escena, el humor recorre cada línea de diálogo, cada decisión estilística y cada creación de las escenas (se ha improvisado gran parte de las frases, y eso se nota), y aunque es inevitable que sature en algunos momentos, y que no todos los personajes medularmente cómicos funcionen, la ligereza y claridad de la película atrapan sin mucho problema.

Los responsables de la cinta meten a Thor y Loki en una aventura intergaláctica que funciona en dos grandes tramas (la villana Hela quiere destruir el Asgard de Odín y la pareja de hermanos debe volver al lugar para impedírselo) que fluyen con agilidad en la mayor parte del metraje, aunque finalmente se dilate la primera para encajarla con el clímax de la segunda, y el consiguiente tercer acto de la historia sea más de lo mismo en este tipo de escenas. A su favor tiene, además, una caracterización de los personajes femeninos (Valkiria, Hela) muy positiva, en cuanto a que rehúye los clichés de género y hace de ambas presencias uno de los mayores puntos positivos de la cinta. Hela no es una villana especialmente memorable, pero es la primera enemiga de una cinta Marvel, y lo mejor es que su género no se destaca.

Respecto a la presencia de Hulk, publicitada hasta el hastío (arruinando así uno de los mejores gags de la cinta), es funcional narrativamente (se explica su destino tras la batalla de Sokovia y es un elemento de destrucción a favor de los buenos) pero a la postre imprescindible para el armazón cómico de Thor: Ragnarok, que se beneficia enormemente de las dos caras del Vengador más inestable.

Casi una década después de arrancar el MCU, es complicado salirse de una hoja de ruta establecida en cuanto a la osadía de una película Marvel, y por eso Thor: Ragnarok no ofrece nada revolucionario ni osado, pero la socarronería del conjunto, el compromiso de un reparto en estado de gracia con hacer disfrutar al respetable y lo inédito de estos escenarios en la franquicia, hace que sus 130 minutos de metraje se pasen como un suspiro y uno quiera ya la siguiente aventura.  

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