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Alegoría de una Pasión

El último derbi en el Sánchez Pizjuán.

Llegan las vísperas y el estómago cosquillea. Los nervios se acentúan porque el inicio se acerca, y a la vez casi aparece la nostalgia por la fugacidad del momento efímero. El olor a primavera lo adorna todo, los sones de tambores se cuelan en la cabeza, los campanilleros suenan allá al fondo con su tinteneo, las sinfonías, esas que se interiorizan y que reproducen momentos imborrables, se posan en los labios para volar en pequeñas dosis. Los recuerdos se agolpan, los buenos se reviven, los malos, también. Ese pasado salpicado por presencias, por sentimientos y emociones maestras se hace presente. Y a la vez el presente se hace futuro por el ansia de querer vivir y compartir las sensaciones y emociones que por supuesto llegarán. Los recorridos se hacen largos los cortos y cortos los largos, pero se viven con una intensidad que solo una ciudad conoce.

Llegan las vísperas y el corazón tamborilea. Un blanco rotundo colgado por aquí, un verde suave al tacto por allí. Los estandartes preparados, sujetados a la espera de volar en cada avance. La gente agolpada, viviendo su momento, cada uno el suyo y a la vez el de todos. La emoción a borbotones, las emociones en los ojos en cada mirada cruzada y el sufrimiento condescendiente en cada vahído de la cabeza. De pie o sentado, pero con un aplauso esperando deseando premiar el esfuerzo.

Llegan las vísperas y las pasiones se desbordan. Llega el derbi en el sábado más mágico, llega el Derbi de la Pasión.

No ha podido concentrar más emociones esta Sevilla en un fin de semana. De todos los colores, de todas las texturas y sabores. Para arrancar la Semana Grande el más grande de los partidos, el más intenso duelo, el más emocionante y el más intenso. No hay mejor forma de acelerar el corazón para las emociones que llegan, para las emociones que vendrán y vivirán una gran parte de los aficionados.

No ha podido concentrar más emociones esta Sevilla en un fin de semana. De todos los colores, de todas las texturas y sabores

Es el derbi la mayor demostración de emoción posible en un campo de fútbol. Como es esta semana que entrará entre palmas la mayor demostración de emoción para aquel que la sienta.

Estas sensaciones son las que a veces cuesta entender al foráneo. Pero son estas precisamente las que convierten al partido en único. El dominio de las mismas, el recurso de la pasión cuando es necesario, pero siempre acompañado de la buena disposición de la cabeza, seguramente sean las fórmulas mágicas para que un derbi caiga de un lado más blanco y rojo o más verde y blanco.

Llega esta pasión equilibrada por barrios, aunque la cofradía sevillista ha recuperado su andar con el basto de mando de Caparrós. Mientras, el cortejo bético, cortado por momentos y hasta frío no hace muchos días, se ha vuelto a reunir y mandar un mensaje de organización y optimismo.

Dirán los que son más de esos momentos y rincones conocidos que el local es el favorito, por local y por la clasificación, que para eso el Sevilla tiene abierto su hueco con respecto al eterno rival.

Pero dirán los que acuden de foráneos que el Betis ha sabido componer bien su cortejo en los últimos derbis, y no en vano su última gran apoteosis fue en Nervión, aunque la de la primera vuelta en Heliópolis no se olvidará.

El caso es que con buenos mimbres, futbolistas, correligionarios fieles a la idea y entregados a la causa, el partido tendrá pasión y es de suponer que cabeza. Y tendrá sus consecuencias futuras, porque para el Sevilla puede tener aroma a la más bella de las marchas y para el Betis a las que desea escuchar una y otra vez.

Es llegar las vísperas y el estomago cosquillear, es llegar a ese momento en el césped, justo ese momento, y el corazón tamborilear ante la mayor de las pasiones que no es La Pasión.

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