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La venda ya cayó

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Ion Urrestarazu
Los jugadores de la Real Sociedad saludan a la afición desplazada a Old Trafford ante el Manchester United.
Los jugadores de la Real Sociedad saludan a la afición desplazada a Old Trafford ante el Manchester United.

Como se dice vulgarmente, y perdonadme la expresión, llevo tiempo queriendo meterle mano a este asunto que me produce un cortocircuito en mi cabeza cada vez que lo veo. Empezaré diciendo, y los que me conocéis un poco lo sabéis de sobra, que desde siempre he sido y seré un incansable defensor del aficionado, del seguidor, del hincha incondicional que invierte parte de su tiempo y de su, en la gran mayoría, maltrecha economía en ir a ver los partidos de su equipo, bien en casa o fuera, donde no cabe duda que el esfuerzo logístico a todos los niveles es mayor y donde también el sentimiento vuela más alto y con más orgullo si cabe.

Lo he dicho muchas veces e incluso he escrito sobre ello (una de las veces me consta que llegó incluso a las interioridades del vestuario) que para el aficionado es muy importante sentirse querido y reconocido por su equipo, que en la mayoría de los casos se traduce y se conforma con un acercamiento de los jugadores al final del partido para saludar y agradecer el apoyo recibido. Digamos que esa pantalla del juego ya se pasó hace mucho y, sin embargo, creo que nos hemos pasado de frenada. Y digo “nos” aunque no sé del todo qué persona usar, pues no sé si es culpa de los seguidores, de los clubes o de todos, pero lo que me chirría y me supone una sensación muy mala, un mezcla entre vergüenza ajena y bochorno que de verdad me cuesta describir (y ahora voy a donde quería llegar desde el principio) es esa muestra de sumisión que empiezan a mostrar ya con cierta naturalidad los jugadores de los equipos a la finalización de los partidos, especialmente cuando el resultado ha sido una derrota (evidentemente, cuando se gana me parece genial que pasen el rato que quieran en convivencia con su hinchada saltando, bailando, etc.).

Como todo en la vida, los extremos no son recomendables, y una cosa es acercarte a agradecer el apoyo recibido e incluso diría que puede tener un pase ciertas muestras de disculpa a modo de empatizar con el sufrimiento y la tristeza del seguidor por la derrota vivida, y otra cosa muy diferente es mostrar una sumisión casi militar, bajando la cabeza, pidiendo una y otra vez perdón con las manos, e incluso en algunos casos llegando a pedir disculpas de manera verbal a través de alguna interlocución césped-grada.

Insisto, y no sé qué pensará la gente porque no vea que se hable de ello, que me daña a la vista esas imágenes de los jugadores de los equipos alineados como en un paredón de fusilamiento. Yo como aficionado me conformo con un reconocimiento, un agradecimiento y, como decía antes, si acaso un gesto de confraternización disfrazado de disculpa por no haber podido brindarnos la victoria que todos deseábamos para ese partido. Y nada más. Y eso sin entrar en cuánto de teatralidad hay esas muestras de sumisión, aunque ese sería otro cantar.

Por endulzar un poco estas líneas que tan ácidas me están quedando hoy, os contaré brevemente una cosa que vi el otro día, un día normal entre semana a media tarde, en los aledaños del campo del Sevilla FC, el estadio Ramón Sánchez Pizjuán. Un padre y una madre bajaban del coche a su hija y su hijo, de unos 11 y 8 años respectivamente, con una venda en los ojos y los llevaban a escasos metros de la fachada del estadio donde se rotula a gran tamaño el escudo, el nombre, etc. Os podéis imaginar la cara de esas criaturas cuando les quitaron la venda y vieron el campo. Yo me paré junto a un árbol a ver la escena y me emocioné. Me recordó además a cómo hace muchos años una persona muy especial por aquel entonces me hizo lo mismo desde Trocadero frente a la Torre Eiffel. Inolvidable.

Pues bien, nada me gustaría más que ese niño y esa niña (y el resto de niños y niñas del mundo) nunca tengan que ponerse ninguna venda para evitar ver escenas como las que comentaba antes y que los finales de cada partido, haya victoria o haya derrota, se conviertan en un pequeño homenaje al seguidor y en una comunión de cariño y respeto con los jugadores, sin humillaciones y sin peajes que pagar.

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