Una sacudida en plena noche

Hasta las 3.19 de la madrugada tuvo que trabajar Rafael Nadal sobre la arcilla para acceder a las semifinales en Río de Janeiro. El balear, empujado a la penumbra de la noche por una jornada que avanzó a fuego lento, quedó a cinco minutos de firmar el cierre más tardío en toda la historia de la ATP, firmado por Benjamin Becker y Jiri Novak en los octavos de final de Tokio en 2006.

Con la grada semivacía, perdiendo clientes con el lógico paso de los minutos, la humedad del Atlántico empapando de tensión el ambiente -hasta los pantalones se cambió el español en pista tras ponérselos del revés en una visita al vestuario- y un rival desatado -siete triunfos seguidos en tierra-, Nadal terminó desenmadejando ante el uruguayo Pablo Cuevas (4-6, 7-5, 6-0) un partido que estuvo a dos juegos de perder pero en el que también demostró dos cosas. Por un lado, que el óxido de inactividad -ni 20 partidos en ocho meses- va descendiendo en el esquema del mallorquín, por momentos desdibujado, falto de tacto y con automatismos por ajustar. Por otro, que en la dificultad, cuando los elementos no acompañan y hay que sumar a las reservas un extra de voluntad, compite como ningún otro.
Pese a competir en plena noche, se empezó a jugar cuando el reloj marcaba la 1.15, lejos de la temperatura que imprime una vida a la pelota durante las horas centrales del día, y pesar de hacerlo a nivel del mar, unas condiciones que deben amansar el ritmo que la altitud entrega a la esfera, la pelota viajó con una velocidad inusitada. El cuadro que abrió el partido era cristalino y confirmó los comentarios de la semana: una pelota que es un balín, difícil de controlar. En éstas, Nadal pegó un paso atrás y restó cada pelota concediendo metros, con la goma del calzón pegada al muro. Un hombre en racha como Cuevas, campeón en Sao Paulo la semana anterior, con mucho por ganar, encaró el segundo partido de su vida ante un top-5, no dudó en plantear un partido enloquecido, escudando su revés a una manos hasta soltar la derecha paralela en cuanto pudo, tratando de salvar unas piernas que acumulan tantos encuentros como días en la última semana.
En una pista falta de tierra batida, como si una fina capa arenosa cubriera el suelo en lugar de abundante arcilla donde hacer deslizar la zapatilla, proteger el fondo fue una suerte de equilibrista. El uruguayo, más rodado, demostró su nuevo estatus, ése que lo confirma como el mejor latinoamericano del ranking, pasando de mimar una rodilla que lo mantuvo de baja durante más de 20 meses para soñar con asaltar un puesto entre lo 20 primeros del circuito. Con brío, pegando más duro que Nadal por momentos -10 golpes ganados para cerrar el primer set por los ocho del balear- Cuevas se dio un rato de intensidad para el recuerdo, ratificando un tenis que le coloca al borde de los 20 primeros y que le demuestran, a sus 29 años, que tiene tiempo para guardar buenos papeles tras una travesía por el sufrimiento.
Nadal anduvo frío, buscando esa intensidad que solo dan los partidos, incapaz de encontrar en el revés a una mano de su rival el hueco que le suele ofrecer la arcilla, con sus golpes combados, puestos a la altura del hombro hasta hurgar en la moral de sus rivales. Su convicción para soltar la mano estuvo lejos de las grandes tardes: equilibrado con sus errores en el primer parcial (ocho golpes ganadores por ocho errores no forzados) e incluso negativo en un segundo set  donde seis imprecisiones encontraron apenas cuatro tiros con vitola de definitivos. El balear, que salvó situaciones límite (5-7 3-3 0-30), llegó a tener el abismo a dos juegos de distancia (5-7 4-4; 5-7 5-5) y necesitó hasta cuatro pelotas de set para ganar la segunda manga, necesitó gobernar el partido desde la tercera marcha. Con paciencia, masticando los puntos en un ambiente lleno de humedad, donde los cambios de camiseta se produjeron casi al ritmo de sus visitas al banco.
Con viento a favor, igualada la pelea, se pasó un panorama completamente distinto, y el tercer parcial fue la sombra de un partido. Cuevas, voluntarioso en los albores del encuentro, planteando un ritmo que aguantan unos pocos, fue perdiendo fuerza como un globo sin anudar en las manos de un crío. Hasta el punto de convertir en pesadilla lo que minutos antes fue ensueño. Detenerse a respirar unos minutos supuso descubrir la realidad: ante los mejores, un breve pestañeo equivale a un profundo sueño. Cuando quiso despertar, Cuevas se encontró con un Nadal desatado -pegando mucho más plano- ocho juegos perdidos y el partido entregado, El uruguayo apenas pasó de espectador en el cierre -seis puntos de los 32 jugados en el set definitivo-, se llevó un 6-0 sincero, de los que reflejan la superioridad total del contrario, y escuchó silbidos donde antes levantó aplausos por un desenlace nada disputado.
Fue un partido para acoplar el sistema de Rafa a la arcilla, capaz de detener en condiciones adversas a un rival enrachado y ponerse con más fuerza en la historia. El español se convirtió en el décimo jugador con más victorias de todos los tiempos (igualando las 713 victorias del alemán Boris Becker). Tambíén, se citó en las semifinales con el italiano Fabio Fognini, dándose la opción de quedar a un paso de revalidar la corona, la número 46 en la superficie, que le permitiría igualar el récord sobre tierra batida del argentino Guillermo Vilas. En Río de Janeiro, tras días de carnaval, el balear se busca a sí mismo tropezando entre trozos de historia.
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