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A Nueva York se va por Cincinnati

A Nueva York se va por Cincinnati

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El suizo ganó en tres sets al alicantino.
El suizo ganó en tres sets al alicantino.
Para reencontrarse con la victoria en un Masters 1000, Roger Federer tumbó 6-3, 1-6 y 6-2 a David Ferrer y celebró en Cincinnati su primer torneo de la categoría desde 2012, cuando ganó la misma prueba del calendario. El suizo, que había cedido los últimos cuatro partidos por un título de ese peso (Toronto, Montecarlo e Indian Wells este año y Roma el curso pasado), sumó 22, a cinco de los 27 que tiene Rafael Nadal, y se disparó hasta los 80 cetros en total. Por encima de esos números, la resurrección del campeón quedó más cerca de convertirse en una amenaza de alcance infinito: tras un gris 2013 que pareció dejarle herido de muerte, Federer aterrizará en el US Open (desde el próximo 25 de agosto) mejor que cualquier otro campeón de Grand Slam. Con 33 años y cuatro hijos, seis meses le han bastado para alzar tres trofeos (Dubái, Halle y Cincinnati), llegar a otras cinco finales, recuperar el número tres del mundo, hacer suyos 49 partidos (45 domó en todo 2013), y doblegar en 11 ocasiones a los 10 mejores del mundo. La última, en Ohio, le valió algo más que otra copa: el asalto a Nueva York, lo que supondría volver a ganar un grande, comenzó en Cincinnati.

“Igual en el circuito senior [donde compiten los jugadores retirados] puedo ganarle”, resumió Ferrer sobre el cara a cara (16-0) que Federer domina brillantemente. “Todo mi respeto. Eres una gran inspiración para todos nosotros”, le siguió luego el suizo. “En Cincinnati ya me siento como en casa. He ganado seis veces aquí”, se despidió del público, que celebró con pasión su victoria.
El arranque del partido presentó a dos tenistas igualados. A diferencia de las semifinales, donde quizás espoleado por la hora (noche cerrada) Federer devoró al canadiense Raonic en 68 minutos, el suizo atacó su suerte en el encuentro sin la agresiva insolencia de la víspera. Entonces, Ferrer lo tuvo claro. Poniendo el acento en mantener el marcador apretado y olfatear al resto, el español evitó que su oponente delimitará de entrada el terreno. Así, con 4-3 y la final igualada, se llegó al juego donde el alicantino saltó por los aires. De doble falta en doble falta, el español cedió su saque y, aunque inmediatamente después gozó de cuatros pelotas de break, entregó la primera manga.
Sucedió entonces. Federer abrió las fauces en el primer juego del segundo set, oliendo sangre, entendiendo el momento, imaginándose campeón. Y allí que emergió Ferrer para negarle cuatro opciones de rotura y romperle después su saque, tomando la delantera. Con su derecha, viva, eléctrica, punzante, escarbó una y otra vez por el lado del revés de Federer, que se anticipó a la hemorragia con decisiones desesperadas: subió a la cinta sin guía, intentó bucear entre los errores y disparó fuera de la diana cuando buscó acabar los intercambios bajo la ley de su raqueta.
La final, de pronto, retrató a Federer con la lengua fuera, encendiendo el ventilador en los descansos para aliviar la fatiga. El suizo, que descansó seis horas menos que su rival desde el partido de semifinales, rompió a sudar y esas gotas fueron como sacar bandera blanca. De repente, Ferrer se encontró dos veces a un solo punto de lograr lo que nunca nadie ha conseguido: arrebatar un parcial en blanco al campeón de 17 grandes sobre cemento, al que un arrebato de orgullo le protegió de ese agujero negro, pero no le evitó que el debate siguiese en el parcial decisivo.
Sobrevolando el cielo, cada pelota de Ferrer llevó grabada un ejemplo de vida: aquí la tenacidad, aquí las agallas, aquí los pulmones y el aliento, aquí el talento, porque sin talento es imposible tener un currículo como el que a los 32 años ha cultivado el alicantino ni pelear de esa forma con semejantes precedentes (15-0). Bajo las nubes, cada bola de Federer cruzó el aire respondiendo con un modelo igualmente. A la magia de siempre, imperecedera, añadió la capacidad para volver a engancharse a la cima.
“¡Vamos que puedes!”, se gritó el alicantino en el arranque de la tercera manga, con la pelea por la copa ardiendo. Federer, sin embargo,  le quitó la idea de la cabeza a golpes. Superado el mal trago, el campeón de 17 grandes peleó la bola de break hasta que la encontró (1-2 y 15-40), convirtiéndola con una dejada. Ahí se terminó el encuentro. Para Ferrer, un buen final a una semana en la que ha dejado atrás los fantasmas de su temporada más discreta en los últimos años. Para Federer, un nuevo Masters 1000 y una idea reforzada: ganar 18 grandes hace un año era imposible y hoy, sin embargo, es una realidad más que posible.

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