Cincinnati como redención

Un inicio de partido diésel. Sexto juego del primer parcial y la oportunidad se presenta para Julien Benneteau. A sus 32 años y tras nueve finales ATP perdidas, el tenista galo aún sueña con poder inaugurar en Cincinnati un palmarés virgen de trofeos en la modalidad individual. Su rival, que neutraliza la única bola de break que tuvo que afrontar en todo el encuentro, no le deja jugar más. Le anula. La intensidad en cada peloteo y la profundidad y peso que lleva su golpe de derecha acaban por desesperar al #41 del ranking mundial, que termina cediendo (3-6 y 2-6) en su primera semifinal de Masters 1000 en 71 minutos. Así vuelve David Ferrer a una gran final.

No ha sido una temporada fácil para el alicantino. Para empezar, el curso comenzó con un gran cambio. Javier Piles dejó de ser su entrenador. El resto de su equipo no cambió, pero las riendas de la carrera de Ferrer cayeron sobre las manos de José Altur. Más de tres lustros de asociación terminaron y al de Jávea quizá le costó asimilar esta nueva situación. Si analizásemos la temporada en términos estadísticos, su 2014 no ha sido para nada malo. Título en Buenos Aires, final en Hamburgo, semifinales en Madrid y Montecarlo, cuartos de final en Melbourne y París. No son registros que disten mucho del que ha sido top10 durante los últimos cuatro años de forma ininterrumpida.
Sin embargo, tenísticamente se podía observar a un Ferrer más vulnerable que en cursos pasados. Más cansado y fatigado, sobre todo mentalmente. Muchas temporadas en la élite, y una media superior a ochenta partidos por año. Salió del top5 por primera vez en veinticuatro meses tras no poder defender la final de Roland Garros y tres semanas después rompía su racha de diez cuartos de final consecutivos en Grand Slam tras caer en la segunda ronda de Wimbledon ante Andrey Kuznetsov. En Hamburgo pareció reencontrarse con su juego alcanzando el partido por el título pero en última instancia Leonardo Mayer le batió, completando la semana más brillante de su vida.
La gira de cemento veraniega, una de las que más quebraderos de cabeza le han dado durante toda su carrera, se presentaba para Ferrer como una oportunidad de demostrar que sigue ahí, peleando, y que aún le queda tenis en su raqueta e intensidad en sus piernas. Jamás había alcanzado la antepenúltima ronda en Canadá, y lo logró la semana pasada, arrebatándole además un set a Roger Federer, uno de los tenistas más en forma del circuito. Pero fue en Cincinnati, donde no alcanzaba los cuartos de final desde 2007, donde se le presentó una gran oportunidad.
Si algo ha caracterizado a Ferrer durante los últimos años ha sido saber aprovechar las oportunidades. Siempre a la sombra de los líderes del circuito, suele refrendar su favoritismo cuando éstos caen antes de tiempo en los cuadros de los torneos más importantes. En Ohio, con Nadal ausente y cayendo eliminados Djokovic y Wawrinka antes de cruzarse en el camino del alicantino, David no podía fallar. Y no lo hizo, alcanzando así su séptima final de Masters 1000, la tercera en pista dura tras las que disputó en Shanghai 2012 y Miami 2013.
En Florida, hace diecisiete meses, pareció escapársele ante Murray la oportunidad de añadir un segundo Masters 1000 a su palmarés. Lideraba 6-5 el encuentro en el tercer set y con bola de partido a su favor y la pelota en juego, un tiro del escocés lamió la línea de fondo. Ferrer, que ansiaba el triunfo, cometió el error de pedir el ojo de halcón, perdiendo el punto tras ver que tocó línea por centímetros. Terminó cediendo esa final tras una auténtica batalla física, y desde entonces ha cedido seis de las otras siete que ha disputado. Mañana, Cincinnati puede ser el lugar de su particular redención. Hora de enterrar los fantasmas de aquella fatídica tarde.